Esta tarde, el doctor Antonio Martínez ha puesto en tela de juicio uno de los grandes relatos sobre la evolución humana: el hallazgo del “niño de Taung”. Aunque en su día se presentó como el “eslabón perdido” que confirmaba el origen africano del ser humano, Martínez recuerda que la historia de la evolución está llena de interpretaciones forzadas y falta de pruebas sólidas. Hasta finales del siglo XIX, muchos científicos pensaban que el hombre procedía de Asia, respaldados por descubrimientos como los fósiles del Pithecanthropus erectus hallados por Dubois en Java.
Martínez ha explicado cómo figuras clave del evolucionismo, como Ernst Haeckel, apoyaban teorías basadas en reconstrucciones dudosas, como los famosos dibujos de embriones que pretendían demostrar un origen común de las especies. Estas ilustraciones, según ha relatado, fueron manipuladas para aparentar similitudes entre embriones de diferentes especies, un recurso que alimentó durante años la hipótesis de la descendencia común.
Pero el escepticismo no se detiene ahí. Según Martínez, la búsqueda desesperada del “eslabón perdido” ha generado episodios embarazosos para la ciencia. Ha recordado casos como el “hombre de Nebraska”, que se construyó alrededor de un diente que más tarde se descubrió que pertenecía a un cerdo extinguido, o el “hombre de Piltdown”, un fraude que combinó un cráneo humano con una mandíbula de orangután y que engañó al mundo científico durante décadas.
Para el doctor Martínez, muchos de estos hallazgos deben ser revisados con lupa, ya que entre fósiles de monos, restos humanos y fraudes intencionados, la narrativa de la evolución humana se ha visto salpicada por la fantasía. Bajo esta perspectiva, reivindica una mirada crítica y considera que la teoría del Diseño Inteligente merece, al menos, ser parte del debate sobre nuestros verdaderos orígenes.